Hagamos un drama

Hace un momento, me hallaba compartiendo con una buena amiga algunas experiencias íntimas dolorosas. Ahora, me hallo reflexionando, mientras escribo, sobre cómo nos farsanteamos socialmente, sobre todo al conocer gente, fingiendo que todo nos va bien. Típico cliché:

–Hola, ¿qué tal?

–Bien, ¿y tú?

–Bien también.

¿Es esto real en la mayoría de los casos, o estamos deseando poder soltar lo que llevamos dentro muchas veces y ser honestos con la realidad que verdaderamente estamos experimentando? Si embargo, es mucho más fácil jugar a este juego. Porque, ¿qué pasa si al presentarnos ante alguien le confesamos nuestras inquietudes del momento presente? Yo mismo me contesto: “No le conozco demasiado… tal vez pueda dejar de resultar interesante si confieso mis demonios tan de entrada”. Bang, tocado. Yo tampoco me libro de estas cosas. Sin embargo, sí me propongo, aunque no ponga nombres a cada uno de estos demonios así de entrada, expresar que puedo estar en un momento de mi vida en que esos demonios están muy presentes y que me acompañan muy de cerca. Tal vez, con el tiempo, llegue el momento de hablarle a la persona de cada uno de esos demonios. Pero considero una buena manera de no caer en la falsedad del cliché.

Sin embargo, día a día me encuentro en mi vida, profesional y personal, con personas que ni siquiera con su gente más cercana se permiten expresar sus miedos, su dolor, su frustración. Si exploro un poco, o si me intereso por la vida pasada de estas personas, es frecuente que me encuentre con recuerdos en los que se han sentido juzgadas o juzgados de la siguiente manera:

“Eres un dramas”, “Qué dramática que eres”, “Cuánto drama”, Eres una dramaqueen”, “Ya estás montando el drama” e infinidad de sus variantes.

¿Cómo no va una persona que ha vivido este tipo de quejas a necesitar representar una farsa en la que juega el papel de un personaje indoloro, al que todo le tiene que ir bien siempre? Y utilizo la palabra “queja” porque no nos engañemos, la persona que nos dice estas cosas se está quejando, está “haciendo drama” por ser el receptor de nuestro dolor.

Siento compasión –y un poco de rabia– por estas personas que tan fácilmente critican a esos “seres dramáticos”, porque en el fondo, se tratan de la misma manera a sí mismos. Estas personas que tan mal acogen nuestro dolor se hallan condenadas a transitar el camino de su propia amargura en soledad y sin ayuda. Porque seamos claros, nadie está libre de experimentar dolor. Hay momentos de nuestra vida en los que predominan las emociones pesarosas muy por encima de la alegría. Si no disponemos de afectividad positiva, ¿qué hacemos? ¿nos callamos y no decimos nada? También podemos fingir que somos estupendos o estupendas y que todo nos va bien siempre. Pero es la mejor forma de perpetuar el dolor.

De esta forma, lo que, en principio era un simple cliché, puede pasar a convertirse en un rol, un juego psicológico, una máscara –la siguiente capa de la cebolla que es la neurosis. Con esto me refiero a que, lo que hacíamos en momentos puntuales, pasa a convertirse en algo constante en nuestra vida. Y ahí la cosa ya se complica.

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