Juicio y confesión

Juicio y confesión

Toda mi vida me he visto sometido a juicios. Principalmente morales. Y tengo que decir que gran parte de mi carácter, mi manera de funcionar y mi motor a la hora de tomar decisiones, ha sido desde el juicio polar bien/mal. Si “algo” me decía que estaba bien, pues entonces lo hacía. Si me decía que no estaba bien, no lo hacía. Y si no tenía certeza alguna… vacilaba y me paralizaba. La de problemas y conflictos que me he encontrado por esto mismo en ambientes laborales… (me autoconfieso). Pero, ¿qué está bien y qué está mal? ¿Quién hace de juez en este asunto? Empecemos por el principio.

Hace relativamente poco que escuché una frase muy parecida a esta: «Cuando comprendes que toda opinión es una visión cargada de historia personal, empezarás a comprender que todo juicio es una confesión». La frase que escuché era un poco más simple, imagino que se había visto modificada por el boca a boca, pero indagando me encontré con esta joya de Nicola Tesla. Espero que lo que leas a continuación te ayude a comprenderla.

Yo, al igual que cualquier terapeuta humanista, considero que llegamos al mundo siendo individuos plenos. ¿A qué me refiero con esto? A que estamos completamente en contacto con nosotros/as mismos/as de manera ininterrumpida. Fijémonos en un bebé recién nacido. Si tiene hambre, pide comida. Si tiene sueño, duerme sin importar la hora que sea. Si necesita que le limpien, lo pide. Vive continuamente conectado con un estado de placer primario que se ve alterado, de vez en cuando, por interrupciones de displacer que llamamos necesidades. Automáticamente, lo comunica a sus cuidadores, esperando ser atendido lo más rápido posible y recuperar su estado placentero natural, lo que llamamos recuperar la homeostasis, el equilibrio organísmico.

La tendencia natural e innata en el ser humano adulto es la misma que en un recién nacido. Buscamos, o más bien, anhelamos, el placer por el placer. Ese placer primitivo del que disfrutábamos en el pecho de nuestras madres. Pero, desgraciadamente, esta tendencia se ha corrompido. Ya no estamos tan en contacto con nosotros mismos como el pequeño lactante. Ahora, hay ciertas necesidades que nos cuesta satisfacer e, incluso, reconocer. Y sin esta satisfacción, imposible recuperar la homeostasis, el estado placentero del que venimos hablando. A esto, en psicología, lo llamamos neurosis. ¿Qué tiene todo esto que ver con los juicios? Mucho.

Volvamos al ejemplo del bebé. A medida que crezca, se irá encontrando con barreras y limitaciones que le irán imponiendo los adultos que se encargan de él. Antes, si tenía hambre, sólo tenía que llorar para que la mamá o el papá satisficiera su necesidad. Ahora, cuando tenga hambre, podrá encontrarse con frases del tipo: «Aún no es hora de comer». El mensaje implícito en este tipo de respuestas es: «Te estás equivocando al expresar tu necesidad, es mejor que te la guardes para ti, porque yo no la voy a validar. Es más, voy a decirte en qué momentos es únicamente lícito que la manifiestes, porque yo sé más que tú y yo decido (a mi juicio) cuando es conveniente que comas».

Este es un mero ejemplo, pero la infancia está plagada de mensajes por el estilo. Podríamos ver el ejemplo también de un/a niño/a que ha aprendido que para conseguir validación es necesario ser educado/a, obediente, sumiso/a, etc. Uno de los peores escenarios posibles es el del niño que tiene que pedir permiso para satisfacer cualquier necesidad (sé de casos que incluso para ir al aseo). De esta forma, vamos perdiendo confianza en nuestra capacidad para identificar nuestras necesidades y satisfacerlas de manera autónoma. En el peor de los casos, nos alienamos de nosotros/as mismos/as, reprimimos esas necesidades que tantos problemas acarrearon a nuestros cuidadores, pues decidieron no darles validez. En otros casos, tendremos dificultades para satisfacerlas, pues nuestros cuidadores decidieron por nosotros/as cuándo y cómo satisfacerlas, dificultando el desarrollo de nuestra autonomía a la hora de tomar decisiones.

En cualquier caso, ya no nos fiamos de la sabiduría de nuestro organismo, sino que empleamos una referencia que se nos ha impuesto desde el exterior y que, sin darnos cuenta, hemos interiorizado y asumimos como propia, cuando no lo es. Y esto tiene mucho que ver con la capacidad de decir “No”. Como decíamos antes, es fácil que nuestros cuidadores nos inculquen la condición de ser obedientes, buenos y sumisos para validarnos y aceptarnos. Sin embargo, el problema se recrudece cuando, además, te enseñan que si te niegas a hacer lo que dicen es que «eres un niño malo», «eres muy desobediente», etc.

El ser humano no está pensado para ser autónomo a esta edad tan temprana, y el niño teme intuitivamente por su vida si no se gana el amor de sus padres, por lo que asume el juicio de sus cuidadores como propio. Así, este niño o esta niña se identificará con el niño bueno o la niña buena y obediente, y se alienará de su capacidad para decir “no”, pues ha aprendido que es de ser un/a maleducado/a o que es de ser mala persona. Y de esta forma se va formando la base desde la cual la persona adulta emitirá sus juicios hacia los demás.

Ahora, te invito a que pienses un poco en tu experiencia de vida y busques mensajes que hayas recibido de ese estilo. De la misma forma, piensa en situaciones en las que te ves con el impulso de realizar un juicio. ¿Hallas alguna relación? Tal vez aún cueste un poco. Sigue leyendo a ver si las próximas líneas te ayudan.

Imagínate toda esta amalgama de mensajes durante el desarrollo evolutivo del niño o de la niña. Todas estas necesidades y formas de actuar que se han visto invalidadas pasarán a ser, del mismo modo, juzgadas por el juez interno del niño, ahora adulto. El problema es que no es realmente él quien las juzga, sino lo que aprendió de sus padres (en terapia Gestalt, lo llamamos introyección). Y estos comportamientos que está poniendo en tela de juicio serán precisamente los que le causarán molestias en otras personas. Pero no sólo eso, sino que muchas de estas conductas que no se está permitiendo podrían ser necesarias para satisfacer muchas de las necesidades con las que está teniendo dificultades para satisfacer.

Ahora, me gustaría que, junto con la pregunta anterior, te plantearas qué necesidades te está costando satisfacer o darte cuenta de que necesitas satisfacerlas y que mires si tienen también relación con esas conductas que te ves más inclinado/a a juzgar.

Para finalizar, te invito a que, cuando te sientas juzgado o juzgada por alguien, trates de no ofenderte, y busques las pistas que te digan por qué esa persona reacciona de esa manera. Recordemos que los juicios son prácticamente como una confesión. Dicen más de esa persona, de lo que no se permite, que de ti misma/o.

Y, al contrario, cuando juzgues a una persona, trata de ver qué mensajes absorbiste en tu infancia y cómo te pueden estar perjudicando. Y plantéate si lo que juzgas podría ser una solución a tus conflictos. El ejemplo más sencillo es el de la persona que aprendió que decir “no” estaba mal. De este modo, será fácil que juzgue a los individuos que se permiten decir que “no” como malas personas o malos amigos o amigas. Seguramente, lo que esté necesitando sea decir más a menudo “no”.

Deja un comentario

Este sitio web utiliza cookies para que usted tenga la mejor experiencia de usuario. Si continúa navegando está dando su consentimiento para la aceptación de las mencionadas cookies y la aceptación de nuestra política de cookies, pinche el enlace para mayor información

ACEPTAR
Aviso de cookies